Arturo Cano
Enviado
Periódico La JornadaDomingo 18 de diciembre de 2011, p. 2
Ayotzinapa, Gro., 17 de diciembre. Frente a un dormitorio cuya reparación ha quedado a medias está un improvisado altar con la foto de Gabriel Echeverría de Jesús. En un edificio cercano, unas veladoras y un vaso que sirve de florero acompañan la fotografía de Jorge Alexis Herrera Pino.
Los dos muchachos iban a ser licenciados en educación primaria y quedaron tendidos, con tiros en la cabeza y el cuello disparados por la policía, en la Autopista del Sol el lunes pasado.
Estas son sus historias.
María Amadea de Jesús Tolentino recibe en el cuarto donde hace unos días veló el cuerpo de su hijo y se disculpa a la quinta frase: yo no sé leer, yo hablo dos idiomas.
El único cuarto con piso de cemento en la vivienda está repleto de flores y veladoras. Debajo de un Cristo hay dos fotos enmarcadas del hijo muerto que fue velado aquí, en su natal Tixtla, a pocos kilómetros de la normal de Ayotzinapa.
Doña María manda a una pariente por su marido y su hijo que se hallan en el panteón y mientras tanto habla de ella y de su hijo, en un ir y venir de lágrimas.
Cuenta que se casó ya mayor, a los 29 años, porque antes decía que no quería hombre porque son malos. Pero tuvo hombre y cuatro hijos. Los dos mayores, Martha y José Luis, viven en Atlanta y ni siquiera pudieron venir al sepelio de Gabriel porque no tienen papeles. Francisco, el menor, tuvo que dejar la escuela regular por falta de dinero y continúa sus estudios en la preparatoria abierta, con un brazo chueco resultado de la volcadura de un transporte público.
Cuando podía, Gabriel se alquilaba de peón para ayudar a la familia. Doña María tiene una fondita, aunque dice que a veces sólo alcanza a vender tres piecitas de pollo. El padre, también Gabriel Echeverría, enseñó a su hijo a trabajar en las dos hectáreas propiedad de la familia, pero ahora está incapacitado para trabajar tras una afección cerebral:
–La última vez que hablé con él me dijo: papá, yo quiero ser lo que fue Benito Juárez.
El delegado nacional
Al cuarto lleno de flores llegan vecinas que se acomodan en silencio después de entregar pequeños regalos: una botellita de aceite para cocinar, por ejemplo.
Vecinas y familiares asienten cuando los padres de Gabriel hablan de su carácter serio y responsable. Su único gusto era bailar, dice la madre, y va por un sombrero calentano que Gabriel usaba para zapatear con un grupo de danza folclórica.
Las esperanzas de la familia Echeverría estaban puestas en Gabriel. Decía que cuando terminara la normal iba a estudiar otra carrera, y que un sueldo sería para sus padres y el otro para su familia, si la llegaba a formar.
Ganas de estudiar no le faltaban. A veces trabajaba toda la noche, no le sé decir en qué, pero ahí estaba, con sus libros y su computadora, narra el padre.
En Ayotzinapa, sus compañeros de banca confirman el carácter responsable y serio de Gabriel.
Pablo Pérez Cruz, integrante del comité ejecutivo de la sociedad de alumnos Ricardo Flores Magón, afirma que le era muy cercano, porque ocupaba en el comité la cartera de orientación política y era, además, delegado nacional, es decir, representante de Ayotzinapa ante el resto de las normales del país.
A sus padres les contó de su nombramiento, que para él entrañaba gran responsabilidad. Y les advertía: todos callados, para que yo pueda llegar a donde quiero.
El lunes 12, el padre de Gabriel se encontraba, por las necesidades de un trámite, en las cercanías de la carretera federal. Le tocó ver cómo comenzaron a llegar los detenidos a las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Y las golpizas que les daban. Gritó que se detuvieran, igual que otras personas que andaban por ahí. Oyó los balazos y poco después fue a la carretera, donde vio tendido el cuerpo de su hijo de 21 años.
Mi hijo no era asesino, no era violador, nomás fue a una escuela de pobres, expresa doña María y se seca de nuevo las lágrimas.
El gobierno estatal ha buscado a los padres de Gabriel desde la noche del velorio. El padre cuenta que le ha llamado Víctor Aguirre, subsecretario de Gobierno, pero que él se ha negado a la reunión que le ofrecen con el gobernador Ángel Aguirre Rivero.
Agrega que las últimas veces ha insistido una colaboradora de Víctor Aguirre llamada Elena, quien le dice: no desaproveche esta oportunidad de hablar con él.
¿Una pensión? ¿Que mi hijo más chico entre a la normal? Baraja sus opciones don Gabriel y menea la cabeza cuando cuenta lo que ha respondido a los funcionarios del gobierno: no sé ni preparar una palabra para contestarle al gobernador.
Los padres de Gabriel se arrebatan la palabra a cada rato y se contradicen todo el tiempo. Se entiende por qué su hijo les decía: mi tigrito, mi leoncita, los voy a meter en una jaula a cada uno y los voy a mantener.
Compañeros desde las cavernas
En Ayotzinapa hay casa llena. Los estudiantes de varias normales del país que marcharon el viernes siguen aquí, a la espera de las decisiones de sus asambleas.
Cinco muchachas de la normal de Atequiza, Jalisco, pasean muy orondas frente a la cooperativa que vende comida chatarra, tortas, papel sanitario y jabón.
Las miran pasar tres muchachos que inclinan la cabeza. Cuando se han alejado unos metros, uno de los jóvenes suspira: me acabo de enamorar.
Mientras el amor florece en Ayotzinapa, en el gobierno estatal hacen cálculos para este domingo. El Paseo del Pendón es una fiesta religiosa tradicional que incluye el desfile de los políticos. Se acostumbra que el gobernador encabece y detrás de él van los secretarios, los diputados, los aspirantes a cualquier cargo. Hay también danzas típicas y mezcal a raudales.
El temor es, naturalmente, que los estudiantes de Ayotzinapa decidan hacer algún tipo de protesta y le empañen la fiesta a un gobernador que incluso debe ocupar su tiempo en explicar la suma de errores –por decir lo menos– a sus propios compañeros de partido.
Esta tarde de sábado, el gobernador come con los dirigentes nacionales del PRD Jesús Zambrano y Dolores Padierna, quienes viajan expresamente para escuchar la versión de Aguirre. La reunión es privada, pero trasciende el interés del mandatario de convencer a los perredistas de la intervención de fuerzas extrañas en la represión del lunes 12.
Volvamos a la normal. Muy cerca del muchacho enamorado conversa con otro grupo Irving Juárez, quien compartía habitación con el otro estudiante asesinado, Jorge Alexis Herrera Pino. Eramos compañeros desde los tiempos de las cavernas, sostiene, al referirse a los dormitorios de los alumnos de nuevo ingreso, que son los más viejos y traqueteados.
Irving –a quien apodan El 40, por ser nacido en ese pueblo cercano a Acapulco– cuenta que en las últimas semanas Alexis estaba concentrado en su preparación física, porque quería estar en buenas condiciones para participar en un torneo de basquetbol en su natal Atoyac. Salía a correr en la mañana y en la tarde y contaba que el premio al equipo ganador era de 50 mil pesos.
Muy dotado para los deportes, Alexis era también bueno para los estudios. Eso dice Irving, quien recuerda que a su compañero de cuarto le gustaba el sonido de las teclas de su computadora, una blanca que tenía y que en sus ratos libres también le encantaba pasarla en Facebook y Messenger.
Irving y Alexis convivían de lunes a viernes pero los fines de semana se separaban, porque el primero se iba a manejar un taxi colectivo en la ruta Chilpancingo-Las Cruces.
Alexis la pasaba con su novia, Anel Cruz, quien hacía un viaje de seis horas desde una población serrana para estar con él.
Anel y Alexis iniciaron su noviazgo en segundo de preparatoria. Luego de seis años, a él le urgía terminar la normal (iba en tercer año) para comenzar a trabajar y matrimoniarse.
Los tenis sin dueño
A Elizabeth Pino, habitante de La Y, en el municipio de Atoyac, se le cayó el mundo cuando escuchó, el lunes 12, que desde la bocina que hace de radio comunitaria convocaban a todos los padres que tengan hijos en Ayotzinapa a una reunión urgente en la iglesia.
Había hablado por teléfono con su hijo Jorge Alexis apenas la noche del domingo, después del temblor, sólo para confirmar que todos estaban bien, pero la última vez que lo vio con vida fue el 2 de noviembre, cuando Alexis visitó a su familia por el Día de Muertos.
A Elizabeth se le cansaron los dedos de marcar el número celular de su hijo.
Jorge Herrera, padre de Alexis, interviene: mi hijo era delgado, alto, un excelente deportista. Era alegre y quería ser maestro como algunos de sus tíos y primos.
El padre de Alexis tiene dos hectáreas de terreno donde siembra maíz y frijol, pero en realidad vive de su trabajo de chofer de combi. Elizabeth vende quesadillas y tacos en su casa.
Ambos llegaron a Chilpancingo, a recoger los restos de su hijo, el lunes 12. Nos echó la mano un amigo de mi hermana, porque del gobierno no recibimos nada para el funeral, apunta el padre.
Funcionarios del gobierno estatal buscaron a la familia la noche del velorio. Al teléfono se puso un primo de Alexis presente en la charla:
–Le dije al funcionario que el gobernador no pretendiera tapar el sol con un dedo, y me contestó: no podemos hablar si te vas a poner así.
El primo de Alexis cuenta que le ofrecieron una charla privada con el gobernador, pero que en una llamada posterior le dijeron que tenía que ser pública. Luego marcaron precisamente cuando lo estábamos sepultando y pues ya no pudimos contestar.
Para los padres de Alexis, como para sus compañeros de la normal rural de Ayotzinapa, no hay más culpable que el gobernador Ángel Aguirre Rivero. Lo primero que queremos es justicia, cárcel para los asesinos, señala Jorge Herrera.
–¿No es suficiente con la destitución de funcionarios?
–No, porque todo viene desde arriba.
Anel Cruz, la novia de Alexis, ya trabaja como maestra en una telesecundaria. Vio por última vez a Alexis el domingo 11, cuando la acompañó a la terminal de autobuses.
Para mí, el gobernador es responsable porque es la cabeza y debe tener la inteligencia de elegir a sus colaboradores. Si fueron sus funcionarios, entonces es incompetente porque no supo elegirlos, afirma la novia de Alexis.
Anel se quedó sola y con el regalo de fin de año que tenía listo para su novio: unos buenos tenis para que se luciera en el torneo interbarrios de Atoyac en estas vacaciones decembrinas.
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Periódico La JornadaDomingo 18 de diciembre de 2011, p. 2
Ayotzinapa, Gro., 17 de diciembre. Frente a un dormitorio cuya reparación ha quedado a medias está un improvisado altar con la foto de Gabriel Echeverría de Jesús. En un edificio cercano, unas veladoras y un vaso que sirve de florero acompañan la fotografía de Jorge Alexis Herrera Pino.
Los dos muchachos iban a ser licenciados en educación primaria y quedaron tendidos, con tiros en la cabeza y el cuello disparados por la policía, en la Autopista del Sol el lunes pasado.
Estas son sus historias.
María Amadea de Jesús Tolentino recibe en el cuarto donde hace unos días veló el cuerpo de su hijo y se disculpa a la quinta frase: yo no sé leer, yo hablo dos idiomas.
El único cuarto con piso de cemento en la vivienda está repleto de flores y veladoras. Debajo de un Cristo hay dos fotos enmarcadas del hijo muerto que fue velado aquí, en su natal Tixtla, a pocos kilómetros de la normal de Ayotzinapa.
Doña María manda a una pariente por su marido y su hijo que se hallan en el panteón y mientras tanto habla de ella y de su hijo, en un ir y venir de lágrimas.
Cuenta que se casó ya mayor, a los 29 años, porque antes decía que no quería hombre porque son malos. Pero tuvo hombre y cuatro hijos. Los dos mayores, Martha y José Luis, viven en Atlanta y ni siquiera pudieron venir al sepelio de Gabriel porque no tienen papeles. Francisco, el menor, tuvo que dejar la escuela regular por falta de dinero y continúa sus estudios en la preparatoria abierta, con un brazo chueco resultado de la volcadura de un transporte público.
Cuando podía, Gabriel se alquilaba de peón para ayudar a la familia. Doña María tiene una fondita, aunque dice que a veces sólo alcanza a vender tres piecitas de pollo. El padre, también Gabriel Echeverría, enseñó a su hijo a trabajar en las dos hectáreas propiedad de la familia, pero ahora está incapacitado para trabajar tras una afección cerebral:
–La última vez que hablé con él me dijo: papá, yo quiero ser lo que fue Benito Juárez.
El delegado nacional
Al cuarto lleno de flores llegan vecinas que se acomodan en silencio después de entregar pequeños regalos: una botellita de aceite para cocinar, por ejemplo.
Vecinas y familiares asienten cuando los padres de Gabriel hablan de su carácter serio y responsable. Su único gusto era bailar, dice la madre, y va por un sombrero calentano que Gabriel usaba para zapatear con un grupo de danza folclórica.
Las esperanzas de la familia Echeverría estaban puestas en Gabriel. Decía que cuando terminara la normal iba a estudiar otra carrera, y que un sueldo sería para sus padres y el otro para su familia, si la llegaba a formar.
Ganas de estudiar no le faltaban. A veces trabajaba toda la noche, no le sé decir en qué, pero ahí estaba, con sus libros y su computadora, narra el padre.
En Ayotzinapa, sus compañeros de banca confirman el carácter responsable y serio de Gabriel.
Pablo Pérez Cruz, integrante del comité ejecutivo de la sociedad de alumnos Ricardo Flores Magón, afirma que le era muy cercano, porque ocupaba en el comité la cartera de orientación política y era, además, delegado nacional, es decir, representante de Ayotzinapa ante el resto de las normales del país.
A sus padres les contó de su nombramiento, que para él entrañaba gran responsabilidad. Y les advertía: todos callados, para que yo pueda llegar a donde quiero.
El lunes 12, el padre de Gabriel se encontraba, por las necesidades de un trámite, en las cercanías de la carretera federal. Le tocó ver cómo comenzaron a llegar los detenidos a las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Y las golpizas que les daban. Gritó que se detuvieran, igual que otras personas que andaban por ahí. Oyó los balazos y poco después fue a la carretera, donde vio tendido el cuerpo de su hijo de 21 años.
Mi hijo no era asesino, no era violador, nomás fue a una escuela de pobres, expresa doña María y se seca de nuevo las lágrimas.
El gobierno estatal ha buscado a los padres de Gabriel desde la noche del velorio. El padre cuenta que le ha llamado Víctor Aguirre, subsecretario de Gobierno, pero que él se ha negado a la reunión que le ofrecen con el gobernador Ángel Aguirre Rivero.
Agrega que las últimas veces ha insistido una colaboradora de Víctor Aguirre llamada Elena, quien le dice: no desaproveche esta oportunidad de hablar con él.
¿Una pensión? ¿Que mi hijo más chico entre a la normal? Baraja sus opciones don Gabriel y menea la cabeza cuando cuenta lo que ha respondido a los funcionarios del gobierno: no sé ni preparar una palabra para contestarle al gobernador.
Los padres de Gabriel se arrebatan la palabra a cada rato y se contradicen todo el tiempo. Se entiende por qué su hijo les decía: mi tigrito, mi leoncita, los voy a meter en una jaula a cada uno y los voy a mantener.
Compañeros desde las cavernas
En Ayotzinapa hay casa llena. Los estudiantes de varias normales del país que marcharon el viernes siguen aquí, a la espera de las decisiones de sus asambleas.
Cinco muchachas de la normal de Atequiza, Jalisco, pasean muy orondas frente a la cooperativa que vende comida chatarra, tortas, papel sanitario y jabón.
Las miran pasar tres muchachos que inclinan la cabeza. Cuando se han alejado unos metros, uno de los jóvenes suspira: me acabo de enamorar.
Mientras el amor florece en Ayotzinapa, en el gobierno estatal hacen cálculos para este domingo. El Paseo del Pendón es una fiesta religiosa tradicional que incluye el desfile de los políticos. Se acostumbra que el gobernador encabece y detrás de él van los secretarios, los diputados, los aspirantes a cualquier cargo. Hay también danzas típicas y mezcal a raudales.
El temor es, naturalmente, que los estudiantes de Ayotzinapa decidan hacer algún tipo de protesta y le empañen la fiesta a un gobernador que incluso debe ocupar su tiempo en explicar la suma de errores –por decir lo menos– a sus propios compañeros de partido.
Esta tarde de sábado, el gobernador come con los dirigentes nacionales del PRD Jesús Zambrano y Dolores Padierna, quienes viajan expresamente para escuchar la versión de Aguirre. La reunión es privada, pero trasciende el interés del mandatario de convencer a los perredistas de la intervención de fuerzas extrañas en la represión del lunes 12.
Volvamos a la normal. Muy cerca del muchacho enamorado conversa con otro grupo Irving Juárez, quien compartía habitación con el otro estudiante asesinado, Jorge Alexis Herrera Pino. Eramos compañeros desde los tiempos de las cavernas, sostiene, al referirse a los dormitorios de los alumnos de nuevo ingreso, que son los más viejos y traqueteados.
Irving –a quien apodan El 40, por ser nacido en ese pueblo cercano a Acapulco– cuenta que en las últimas semanas Alexis estaba concentrado en su preparación física, porque quería estar en buenas condiciones para participar en un torneo de basquetbol en su natal Atoyac. Salía a correr en la mañana y en la tarde y contaba que el premio al equipo ganador era de 50 mil pesos.
Muy dotado para los deportes, Alexis era también bueno para los estudios. Eso dice Irving, quien recuerda que a su compañero de cuarto le gustaba el sonido de las teclas de su computadora, una blanca que tenía y que en sus ratos libres también le encantaba pasarla en Facebook y Messenger.
Irving y Alexis convivían de lunes a viernes pero los fines de semana se separaban, porque el primero se iba a manejar un taxi colectivo en la ruta Chilpancingo-Las Cruces.
Alexis la pasaba con su novia, Anel Cruz, quien hacía un viaje de seis horas desde una población serrana para estar con él.
Anel y Alexis iniciaron su noviazgo en segundo de preparatoria. Luego de seis años, a él le urgía terminar la normal (iba en tercer año) para comenzar a trabajar y matrimoniarse.
Los tenis sin dueño
A Elizabeth Pino, habitante de La Y, en el municipio de Atoyac, se le cayó el mundo cuando escuchó, el lunes 12, que desde la bocina que hace de radio comunitaria convocaban a todos los padres que tengan hijos en Ayotzinapa a una reunión urgente en la iglesia.
Había hablado por teléfono con su hijo Jorge Alexis apenas la noche del domingo, después del temblor, sólo para confirmar que todos estaban bien, pero la última vez que lo vio con vida fue el 2 de noviembre, cuando Alexis visitó a su familia por el Día de Muertos.
A Elizabeth se le cansaron los dedos de marcar el número celular de su hijo.
Jorge Herrera, padre de Alexis, interviene: mi hijo era delgado, alto, un excelente deportista. Era alegre y quería ser maestro como algunos de sus tíos y primos.
El padre de Alexis tiene dos hectáreas de terreno donde siembra maíz y frijol, pero en realidad vive de su trabajo de chofer de combi. Elizabeth vende quesadillas y tacos en su casa.
Ambos llegaron a Chilpancingo, a recoger los restos de su hijo, el lunes 12. Nos echó la mano un amigo de mi hermana, porque del gobierno no recibimos nada para el funeral, apunta el padre.
Funcionarios del gobierno estatal buscaron a la familia la noche del velorio. Al teléfono se puso un primo de Alexis presente en la charla:
–Le dije al funcionario que el gobernador no pretendiera tapar el sol con un dedo, y me contestó: no podemos hablar si te vas a poner así.
El primo de Alexis cuenta que le ofrecieron una charla privada con el gobernador, pero que en una llamada posterior le dijeron que tenía que ser pública. Luego marcaron precisamente cuando lo estábamos sepultando y pues ya no pudimos contestar.
Para los padres de Alexis, como para sus compañeros de la normal rural de Ayotzinapa, no hay más culpable que el gobernador Ángel Aguirre Rivero. Lo primero que queremos es justicia, cárcel para los asesinos, señala Jorge Herrera.
–¿No es suficiente con la destitución de funcionarios?
–No, porque todo viene desde arriba.
Anel Cruz, la novia de Alexis, ya trabaja como maestra en una telesecundaria. Vio por última vez a Alexis el domingo 11, cuando la acompañó a la terminal de autobuses.
Para mí, el gobernador es responsable porque es la cabeza y debe tener la inteligencia de elegir a sus colaboradores. Si fueron sus funcionarios, entonces es incompetente porque no supo elegirlos, afirma la novia de Alexis.
Anel se quedó sola y con el regalo de fin de año que tenía listo para su novio: unos buenos tenis para que se luciera en el torneo interbarrios de Atoyac en estas vacaciones decembrinas.
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